1
Era imposible pegar ojo, y no por Nala, ya que la pobre, a pesar de no tener más que dos mesecitos y medio, dormía como un tronco (como la bebé que era); la causante del alboroto era Vicky. Acababa de cumplir un año y llevaba días llorando sin descanso por culpa de sus primeros dientes (iba con retraso). La llorera debía de escucharse por toda la calle. Los dientes de V3 eran la pesadilla vecinal noche tras noche, y llevaba así cerca de tres días. ¿Qué le haces a una bebé que llora? En el barrio anterior, a veces, el perro de Doña Eulalia —de la que nunca supimos su edad, pero debió de tener alguna que otra aventurilla con Matusalén—, un pastor alemán menos viejo que ella pero lo suficiente para tratarse de un perro, parecía aullar en vez de ladrar, y siempre sobre las 3 o 4 de la madrugada. Despertaba sobresaltados a todos los vecinos. Y, ¿qué le hacíamos? Exactamente lo mismo que a mi hija: nada, aguantar. Hoy por ti mañana por mí (ley de vida).
Iris entró en mi dormitorio. Dormía con Luna y Lilian en la habitación de enfrente. Era lo suficientemente amplia como para que cada una tuviera su propia cama y sobrara espacio. Sherezade, V3 (la llorona) y Nala dormían conmigo, las dos últimas en sus cunitas. Shere dormía a mi lado en una cama con el edredón de Blancanieves y los siete enanitos versión Disney, y era otro tronco muerto igual que su hermana Nala. De caerse la casa ambas seguirían durmiendo. Más adelante Luna tendría habitación propia, pero de momento solo era una sala de juegos para las tardes y los fines de semana (si se portaban bien). La pequeña Iris, con tres años por aquel entonces, se acercaba a mí frotándose los ojitos.
—Jo, mami... —dejó caer los brazos; estos, plomizos, curvaron su cuerpo pesaroso como si fuese a caer de bruces. Parecía una zombi pero con cara de angustia y sueño, no de terror.
—Ya lo sé, cariño —le dije, pero no podía hacer nada. Me acerqué a ella, le di un beso en la frente y añadí—: acuéstate. Aún es muy temprano, intenta dormir.
—Jope... —Seguía con las articulaciones muertas, como un títere sin hilos—. La tata no deja de llorar.
—Otra vez, mamá... —La que habló fue Lilian. Apretaba los párpados mientras su cuerpo se sostenía en la jamba de la puerta, igual que un borracho a una farola en su arduo camino por regresar a casa.
—¡Enana, me has despertado! —Intervino Luna muy enfada. Su reproche iba dirigido a Lily, no a V3.
—¡Y a mí los quejidos de Vicky! —respondió ella.
—¡Basta, niñas! ¡Ya! —intervine. Tenía a V3 llorando en mis brazos—. Id a vuestra habitación.
—Pero, mamá, es...
—A vuestra habitación, Lilian. —Las niñas sabían que cuando mi tono de voz cambiaba de alto a bajo y no al revés, mi enfado era severo. Necesitaba controlar la situación y que no se me fuera de las manos. Primero por la propia Vicky, que estaba malita y no podía atenderla bien si sus hermanas seguían dando voces. Las dos pequeñas dormían sin percatarse de nada, pero de despertarse, lo más seguro es que también empezaran a llorar, y tendría un agravante mayúsculo. Después, y ya por último, los vecinos. No quería vivir lo que sufrí en el otro barrio.
—Vale, mami —obedeció Luna—. ¿Puedo tomarme un vasito de leche y ya me acuesto? Porfi-porfi-porfi. —Juntó las manitas en gesto de súplica, como si estuviera rezando.
—Sí, cariño. Ve —respondí.
—¡Grachiiias! —Lo agradeció muy contenta.
—Haced pis todas antes de volver a la cama —añadí. Obedecieron—. Ya, tesoro. Ya, mi pequeñita... —le decía a V3 mientras la acunaba en mis brazos—. Mamá está aquí contigo.
Se tranquilizaba. Cualquier mal del mundo duele menos con una madre al lado. Las mamás tenemos poder para sanar pequeños males de nuestros hijos y hasta reducir los grandes. Una madre lo es todo aunque a veces lo olvidemos. Tenía diecinueve años recién cumplidos, y aunque mi madre no pudiera tenerme en brazos y acunarme, la necesitaba conmigo. Llevaba dos años sin saber de ella pero la recordaba todos los días. Desconocía si ella seguiría acordándose de mí.
Mamá...
El llanto de la pequeña Vicky cesó y quedó dormidita en mis brazos. Mientras la observaba (da gusto ver dormir a una bebé) vino a mí un olor familiar y nada amigable. Levanté la vista y miré a Nala.
Un regalito maloliente para sentenciar la noche.
—¡Ay, no! Caca no...
2
A la mañana siguiente Lilian salvó mi nariz de abrasarse dentro de la taza de café. Mi cabeza se caía de sueño, pero mi hija (siempre tan oportuna, para lo bueno y para lo malo), me zarandeó gritando a voz en cuello:
—¡Mami, mami-mami!
Salvó a mi nariz de quemarse con café hirviendo, pero mi corazón estuvo a punto de sufrir un infarto. Me erguí tras dar un respingo completamente sobresaltada. Eché un paso que detuve fulminante, como si mi intención fuera correr sin saber a dónde y llevada por el sobresalto que indicaba peligro. Me detuve, atontada. La falta de sueño y el disgusto repentino hicieron que perdiera la noción del tiempo, incluso la cordura. Reseteé, respiré hondo y miré a la niña. Me miraba como diciendo "mi mamá es estúpida". El viejo transistor de la cocina hablaba solo.
—¿Qué pasa, Lily, cariño? —Me pasé las manos por la cara como si fueran un rodillo y pretendiera espabilar tensándome la piel—. ¿Qué haces despierta tan pronto? —Era sábado, no tenía cole y ninguna de las dos habíamos dormido por los sollozos de V3.
—Venía a... —Hizo puchero. Al parecer, quería contarme algo toda ilusionada, y yo, inconscientemente y por culpa de mi reacción, lo eché todo a perder.
—Perdóname, mi amor —me acerqué a ella, la cogí y me la llevé a la silla—. Mamá está muy cansada, pero soy toda oídos para ti. —Junté mi frente con la suya y le di un besito en la nariz—. Cuéntame. —Fue más un susurro, cálido y desganado, pero consciente.
—El señor que habla ahí —Señaló la radio—, dice que el Barça viene mañana a Valladolid con una zorrilla. —Reí a carcajadas. Mi niña acababa de devolverme a la realidad y fulminar mi somnolencia de un plumazo. Desde mi desilusión con Oba llevaba meses prácticamente sin sonreír, solo aparentaba estar contenta delante de las niñas, pero nada más. Creo que el comentario de Lilian es de lo mejor que recuerdo de esa temporada de bajón.
—Ay, cariño...—Seguía riendo; sin embargo, una vez procesada la información, me di cuenta de que me lo dijo para darme una sorpresa, y esa magnífica noticia era, nada más y nada menos, ¡que el Barça jugaba en el José Zorrilla! ¡Tenía a mi equipo favorito en la capital! —. ¡Viene el Barça! —vociferé entusiasmada.
—Con una zorrilla —añadió ella.
—¿Quieres que vayamos al estadio? —pregunté como si fuera yo la que tenía cuatro años y no ella.
—¡¡Síiiii!, mami!! —Lily estaba de acuerdo.
—Llamamos a Trini para que venga con nosotras, ¿vale? Que Vitor Baía le gusta mucho y así lo ve de cerca.
Trini estaba enamorada de Baía (yo también), y ver a un hombre tan guapo de cerca solo se presenta una vez en la vida. La llamé enseguida para darle la noticia y que me acompañara a por las entradas, ya que cada vez nos veíamos menos y así aprovechábamos para ponernos al día. Las partidas de rol en grupo eran trimestrales (cuando las había, y siempre faltaba alguien) y las de Magic una al mes, y a veces ni eso. No entendía muy bien a qué se debía puesto que estaba segura de no haber hecho nada malo. Ya no era la Jezabel que cambió a sus amigos por sexo, droga y alcohol, sino una mujercita de diecinueve años centrada en sus hijas y en salir adelante. A las consultas con el psiquiatra les pasaba lo mismo que a las partidas con mis amigos: de muy ciento en viento. Después del disgusto de Oba recurrí a los ansiolíticos una vez más, sí, pero como apoyo y por prescripción médica. La desilusión me dejó muy tocada, bastante, sobre todo después de ver a Luna tan triste. El mundo se me vino encima, y lo viví así, como procedo a contarte a continuación.
—Eh-eh-eh, señorita —le dije a mi primogénita. Me había visto y quería esconderse por vergüenza, por haberle dicho al rey mago que quería una novia para mí cuando se lo había prohibido terminantemente. Acababa de acostarme con Oba y salía del baño para recoger a mis hijas—. No te escondas porque tenemos que hablar.
—¿Estás enfadada, mami? —me preguntó cabizbaja, esta vez escondiendo la cabeza por miedo, no por vergüenza—. Jolín, es que quiero un papá. —Dio varios saltitos como si estuviera dispuesta a iniciar una rabieta.
—No estoy enfadada, cariño —le aseguré. Continuaba mirándome entristecida, aunque algo más relajada. Me acerqué a su oído para susurrarle—: Mamá quiere darte una sorpresa. —Mis ojos debían de refulgir como estrellitas saltarinas mientras los de ella se abrían como platos.
—¡¿Qué es, mami? ¡Qué es-qué es-qué eeeees! —Se puso nerviosísima, necesitaba saberlo ya.
—Las tatas y tú tendréis un papá. —Creo que mi sonrisa era la más bonita del mundo, el esbozó feliz de un rostro precioso y lleno de esa vida que perdí años atrás. Hasta entonces no había pensado en tener novio, pero cuando Luna me dijo que quería un papá, y puesto que Oba no solo me hizo disfrutar, sino también el amor con dulzura y cariño, caí rendida a sus pies como el futuro hombre de mi vida. No podía haber nadie mejor que él. Mis hijas lo necesitaban: Luna lo quería y yo lo deseaba.
—¿¿De verdad?? —preguntó la pequeña totalmente entusiasmada.
Cuando al día siguiente me vio entrar en casa, sola, sin el papá que le había prometido tener, empezó a llorar llamándome mentirosa.
—¡Me lo prometiste, mamá! —Pataleaba—. ¡Todos los niños del cole tienen papá y yo no! ¡Me lo prometiste! ¡Me dijiste que sí!
Subió llorando a su habitación.
La pequeña Lily se acercó a mí con cara de adulta a pesar de tener solo tres añitos en ese momento.
—Mamita, ¿es verdad que todos los niños tienen papá? —me preguntó. Se chupaba los deditos esperando mi respuesta.
—Todos no, mi vida. —La abracé y después senté en mis piernas. Cogí su cabecita y la apoyé en mi pecho antes de añadir —: Todos no...
»Espérame aquí, que voy a hablar con la tata.
A Luna le duraban bastante los enfados, pero casi siempre por tonterías; el de aquella vez era algo serio, y aunque se trataba de una niña de cuatro años tenía que darle una explicación (la que ni yo misma sabía). Llamar sinvergüenza a Oba delante de una cría no es de recibo. Hijo de puta menos aún.
Tenía que inventar algo.
Golpeé la puerta con los nudillos antes de abrirla. Luna lloraba encima de la cama.
—Luna, mi amor... —Desearía ser yo la que sufriera, pero era ella, mi pequeña, y todo por mi culpa.
Eres una mala madre, Jezabel.
—¡No quiero hablar contigo! —gritó sin mirarme. Tenía la cara cubierta con la almohada y su tono de voz se perdía entre un ahogo ronco. —Quise acariciarle el rostro, pero se lo cubrió más.
—Luna, escúchame. —Me senté en el borde de la cama—. Mírame, por favor. —Se retiró de nuevo tras mi intento por cogerla de la mano.
—¡No! —gritó—. ¡No, no y NO! —Pataleaba. Las muñecas de la estantería caían al vacío como víctimas de un terremoto.
—Tranquilízate. —Pero seguía pataleando—. Cariño, para... ¡Luna, ya! —vociferé—. ¡Ya está bien, Luna! —Redujo el ritmo. Su llanto languidecía—. Mamá te está diciendo que la mires. ¡Mírame! —Empezó a asomar la cabecita. Parecía una soldado camuflada pero que levanta la vista de mala gana.
—Me prometiste un papá... —me dijo con la voz tomada, hipando. Tuve que mirar hacia otro lado para no romper a llorar delante de ella.
—Lo sé, mi vida. —Ahora era yo quien tenía la voz tomada mientras la cogía en mis brazos y la besaba—. Tienes que perdonarme, cariño. ¿Lo harás? —Me mordí los labios. No quería llorar; no obstante, mis ojos rompieron como nubes cargadas de agua. La niña asintió con la cabeza.
—Gracias, mi amor. —La abracé con más fuerza.
—Mami...
—Dime, tesoro. —Me enjugué las lágrimas.
—¿Dónde está tu papá? —La miré frente a frente—. ¿Tampoco tienes?
—Sí, sí lo tengo, cariño. —Le acaricié la mejilla—, pero eras muy chiquitina cuando se fue.
—¿Dónde se fue, mami? —Esperaba una respuesta cuya contestación no era de su edad.
Improvisé.
—A un lugar para papás. Solo pueden estar ellos.
—Y... ¿Tu mamá? —preguntó de nuevo—. ¿También se fue a un lugar para mamás?
—Sí, cielo, también.
—¿Y tú? ¿También te irás a un lugar para mamás? —Se le escapó una lagrimita —. ¿Ya no volveré a verte? —Empezó a llorar —. ¡No quiero que te vayas, mamá! —Se echó encima de mí. Me abrazaba con toda su fuerza.
—Que no, mi amor. —Lloré, no puede contenerme (y ahora tampoco mientras te lo cuento)—. No me iré nunca. Nunca, cariño mío.
Las madres mentimos muy bien cuando nuestros hijos son pequeños...
3
Ese domingo, a las 16:00, el solecito invernal se dejaba ver por el estadio como un espectador más que se permitía el lujo de contemplar el espectáculo sin perderse un detalle. Llevaba toda la semana lloviendo, pero ese día, la alegría de la luz le ganaba a la triste oscuridad.
—Para ser el estadio de la pulmonía no hace muy malo —comentó Trini mientras nos sentábamos. Luna, Lily e Iris comían gusanitos. Shere, V3 y Nala quedaron en casa con la canguro. A Iris parecía haberle salido perilla amarillenta. Tenía la cara embadurnada.
—Ven que te limpio, cariño —le dije. Saqué un clínex del bolso y le enjuagué la boca. —En ese instante los jugadores del Barça salieron al campo—. ¡Ya salen! —grité.
Ahí estaban. A pesar de no ser muy futbolera, el Barça, como ya dije, era, es y será siempre el Barça. Palabras mayores, y merecen su reverencia.
¡¡Visca Barça!!
Esos a los que había visto en la tele muchas veces estaban delante de mí: Kluivert, Rivaldo, Guardiola, los hermanos de Boer, Cocú, Reiziger, Pettit, Sergi, Luis Enrique y...
—¿Baía se ha cortado el pelo? —preguntó Trini.
—No —respondí apenada—. No es él.
—¿¿Cómo?? —Lo preguntó ella completamente escandalizada, pero yo estaba igual; más bien desilusionada. No era Vitor Baía, sino un chico de la cantera con las iniciales R. R en su dorsal y el número 36.
—Baía dicen… —masculló un señor con más papada que cabeza—. Dónde estará ya…
—Pues sí que la hemos hecho buena, Jezabel —me dijo Trini—. ¡Nos hemos gastado el dinero para nada!
—Bueno, tía, no es para tanto. Hay más jugadores —medie—. Veamos el partido y disfrutemos de él.
—¡Pero si no entiendo de fútbol! —espetó—. Solo sé que unos tienen que metérsela a los otros y estos evitar que se la metan, y al revés. Baía no se la deja meter, ¡pero no está!
—¿A ti te la meten, Trini? —preguntó Luna. Ella carraspeó, pero por lo bajo le escuché decir: "a mí no me meten nada, solo a tu madre".
—Luna, cariño, cuando las mayores hablamos no se interrumpe, ¿vale? —advertí.
—Y..., ¿a ti te la meten, mami? —insistió.
Roja como un tomate (media grada se reía con las palabras de mi hija) carraspeé de la misma forma que mi amiga; acto seguido, muy nerviosa, respondí:
—Calla y mira a los jugadores, Luna, por favor.
—¡No me gustan! —gritó.
—Qué poco caso hace esta niña a los chicos —intervino Trini—, para eso tú a su edad, que parecía que ya tenías ganas de abrir las piernas cuando no éramos más que dos mocosas.
—Trini, por favor —Mi voz calmada denotaba discusión inminente—. ¿Qué te pasa? Me estás atacando sin hacerte nada, tía.
—¿Es malo abrir las piernas, mamita? —me preguntó Lily.
—Calla, cariño —contesté—. Es un partido muy interesante. El Barça va primero en la Liga.
—La Liga, la Liga... —masculló mi amiga—. ¡Las trompas deberías ligarte tú en vez de ligar tanto! —No sabía dónde meterme. El ridículo era espantoso, y no entendía para nada ese comportamiento que tenía conmigo—. ¡Que tienes diecinueve años y seis hijas, Jezabel! ¡Vas a educar a un equipo de fútbol!
—¡Tía, YA, por favor!
¡¡GOOOOOOL!!
Los gritos de la grada me pillaron por sorpresa. Por un lado callaron a Trini (que buena falta le hacía), pero por el otro, la discusión hizo que me perdiera el tanto del Barça.
—¡Ha metido Luis Enrique y no lo he visto! —protesté—. ¡Y aquí no hay repetición!
—Mamita... —dijo Lilian—. ¿Luis Enrique la mete bien?
4
El Barça ganó 0-3, los tres goles de Luis Enrique. Trini, ya que no estaba Baía, quería a toda costa la camiseta del héroe del partido (muy, muy difícil). Y claro, en vez de intentarlo ella, me obligó a llevar a cabo la misión. Urgida a ello, aunque sin muchas ganas —estaba resentida, muy dolida por todo lo que me había dicho —, le hice el favor.
Nada más terminar el encuentro, bajé las escaleras de la grada en dirección a los jugadores. Encontrar a Luis Enrique era como buscar una aguja en un pajar. Había camisetas blaugranas por todas partes. En principio vistiendo a los jugadores, pero otras oscilaban como hondas en manos de niños o jóvenes que parecían utilizarla para apedrear a alguien. Localicé a Luis Enrique, o mejor dicho, a su torso desnudo.
Misión fallida. Alguien me adelantó.
—Joder... ¡Vaya día! —rezongué.
Miraba a todas partes en busca de un plan B: la camiseta de cualquier jugador.
Rivaldo entraba a los vestuarios con camiseta blanca de tirantes, con lo cual, tampoco tenía la suya. O la había regalado o intercambiado con algún rival. Kluivert ya no estaba, Reiziger se me escapó en plena hazaña y Zenden, que lo había visto poco por televisión pero me parecía bastante mono, salía bufando y como una escopeta por haber jugado solo los últimos cinco minutos de partido. Si me cruzaba en su camino me embestiría como un toro de Miura.
Había perdido, nada que hacer.
—Toma. —No sabía si la voz se dirigía a mí o no, pero entre curiosidad y desconcierto, miré hacia su dueño y vi al portero sustituto ofreciéndome su camiseta—. Si la quieres, claro. —Primero le miré a los ojos. Me veía en ellos como si mi figura fuese un reflejo en el mar. ¡Qué azul más precioso! Pero acto seguido bajé la vista para mirar su torso desnudo.
¿Recuerdas cuando te comenté que me pone como tonta esa línea que nace de los abdominales inferiores y parece morir en el miembro viril? (O prolongarlo) Pues el portero la tenía, y ya podía decirme arre o so que mi mente hacía de las suyas en mi fantasía particular.
Ya empiezas, Jezabel Un año llorando por los rincones porque Oba te engañó, tomando pastillas día y noche para tranquilizarte, pero es que es ver a otro tío y echar por tierra todo, ponerte nerviosa perdida y olvidar cualquier problema o circunstancia que vivas para terminar igual o peor que estabas... El sexo te puede. ¡Te lo ha dicho tu amiga! ¡No tienes remedio, joder!
Mi cabeza tenía razón; Trini también, pero mi adición al alcohol y a las drogas blandas no eran nada en comparación con lo que le pasaba a mi cuerpo y a mi mente cuando me excitaba. Sufría una transformación, ¡me volvía loca! La única manera de calmar esa ansia era culminando el acto sexual, no había otra.
Cogí la camiseta. No sé si a Trini le haría ilusión o no, pero la cogí.
—Te lo agradezco de mil amores —le dije muy nerviosa. Jugueteaba con mi pelo, muy inquieta.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó.
—Jezabel —respondí con la voz tomada. Mis ojos seguían imaginando el final de la línea.
Cómo la tienes... Y cómo tendrás tu cosita-cosaza...
—Es muy bonito, pero no lo había escuchado nunca, la verdad —me explicó. Su sonrisa empezaba a hacer que mis piernas se cruzaran.
—Es un nombre bíblico —le expliqué—, el de la reina de Israel. La malvada reina de Israel —puntualicé, enfatizando la última parte en combinación con los mejores gestos de seducción que tenía en mi repertorio.
Un polvo, solo uno. Un rapidín no cuenta como adición, solo un bálsamo para calmarme un poquito. No es pecado...
—Y, ¿tú también eres mala? —Sus ojos azul cielo refulgían como segunda parte a su pregunta. Un hombre y una mujer son totalmente diferentes, y para que se entiendan respecto a convivencia y personalidad es todo un logro; sin embargo, cuando se juntan para tener sexo solo existe un idioma entre ellos que captan a la perfección: gozar.
—Suelo portarme bien —comenté con voz suave, esa vocecita de niña que pongo en ciertos momentos para, precisamente, poner a los tíos cuando ya estoy cachonda perdida y necesito aliviarme—. Bastante bien.
Mi lenguaje no verbal le dejó claro que necesitaba portarme bien (pero siendo muy mala)
5
El túnel de vestuarios parecía un desfile de ropa interior. Si miraba mucho no podía garantizar que cambiara de hombre, de equipo o que montase una orgía.
Madre mía… ¡Qué cuerpos... ¡¡Qué hombres!!
R.R me llevaba de la mano. Miraba como loco hacia todos los lados buscando un escondite donde pudiéramos estar juntos. Sus compañeros le echarían en falta enseguida, y en menos de veinte minutos el entrenador entraría dentro del vestuario y, si no lo veía, habría problemas. Mientras él buscaba, yo, como esa mala que se porta muy bien, pegué mi cuerpo al suyo. Sentir que mis senos se aplastaban contra su espalda musculada hizo que enseguida me excitase. El dolorcito del pezón al salir hizo que emitiera un leve quejido de placer. Mi diestra se acercó a su paquete. Su trasero me golpeó cuando R.R dio un respingo. Bajo ese pantalón corto no llevaba calzoncillos, y yo jugaba con una pieza de carne blandita en un principio pero que empezó a hacerse dura segundos después de que la agarrara.
—¡Aquí! —gritó.
Parecía un punto muerto bajo las escaleras del sótano. Con un poco de prisa y morbo añadido por el peligro que corríamos sería algo breve, pero esperaba que al menos intenso. Estaba a punto de tirarme a un portero de fútbol, y hasta el momento, era yo la que se la había parado a él (me entenderás mejor si eres de América Latina). Me cogió de la cintura, levantó mi camiseta y empezó a besarme con tanta pasión y nervios que mi boca y mis tetas parecían ser la manzana que cuelga de una cuerda y, un atrevido con las manos atadas, intenta morder a base de bocados al aire. Así me sentía mientras R.R me devoraba con ahínco.
Me coloqué de rodillas y le bajé el pantalón. Un soldado bastante firme me saludó con el fusil cargado. Se sacudía ligeramente como si tuviera intención de disparar.
—No dispares aún —le dije—. Recuerda que me porto bien.
Abracé su polla con mis senos, momento en que le vi suspirar y soltar un lánguido quejido mientras echaba la cabeza hacia atrás. Su nuez de Adán subía y bajaba con cara de gloriosa excitación. Movía su polla arriba y abajo entre dos paredes jugosas al tacto y apetitosas a la vista. Se deslizaba por ellas como por un molde diseñado para vivir oleadas de placer extremo. Mi lengua chupaba ligeramente su puntita húmeda, momento en que las venas de su polla, vasta y enrojecida, se convirtieron en raíces retorcidas alrededor de un tronco rígido.
—¡Joder, cómo me las estás poniendo!
La zona no era para nada silenciosa. No dejábamos de escuchar pasos, muchas voces y gritos de jolgorio en los vestuarios. Sus compañeros reían y saltaban celebrando la victoria. En cambio, nosotros, escondidos en un mundo aparte pero presente. Los minutos pasaban, el tiempo corría y ambos queríamos corrernos.
R.R me cogió en brazos y lo abracé con mis piernas.
—Espero que aunque seas portero se te dé bien meterla... —le dije mientras acariciaba sus pelotas.
La metió, y he de decir que me gustó muchísimo sentirla dentro por primera vez. Estaba en fuera de juego posicional, pero el gol valía. Aquellos años no existía el VAR, pero digo yo que el tanto valió y punto...
Empecé a saltar sobre R.R. Sin contar con Oba y Temur, puesto que su cultura hacía que tuvieran un pene mucho mayor al de un caucásico u occidental, he de decir que la polla de R.R era la más gorda que había probado hasta entonces. Sus venas, como ya te he dicho, eran exageradamente gruesas, a lo que ya, de por sí, me parecía un rabo gordísimo. No era grande, pero su grosor me hacía ver la bandera blaugrana, la española y cantar el hala Madrid si me lo pidiera en ese momento (solo en ese momento, que quede claro. Un buen grosor es un buen grosor, ¡palabras mayores!
RR me tapó la boca porque era incapaz de controlar mis quejidos. Debía de sonar como una cría que pide auxilio pero de goce desmedido. Saltaba sobre su polla como una auténtica enfermiza, desatada, ¡poseída!
Poco después fue él quien gritó escandalosamente. Sus ojos viraron mientras boqueaba con asfixia, con la cara completamente roja y unas venas a los lados del cuello tan gruesas como las de su pene, el mismo que, dentro de mí, se movía descontrolado como una manguera sin sujeción que suelta chorros hasta vaciarse. Sus piernas flojeaban y tenía miedo de caer al suelo, pero no. La calidez de su aliento golpeaba mis tetas como repetidas bocanadas de vaho. Si no fuera porque tenía que regresar a los vestuarios se habría quedado dormidito entre ellas.
Los dos equipos habían disputado un bonito encuentro; el mío y el de R.R fue mucho mejor. Breve pero intenso.
Para ser portero, he de decir que no la mete nada mal (si llegan a escucharlo mis hijas...).
No había vuelto a tener sexo con ningún chico desde que Oba me rompió el corazón, así que agradecí muy mucho ese pequeño pero grato encuentro con R.R en nuestro escondite.
Trini esperaba impaciente junto a las niñas y él tenía que regresar a los vestuarios.
—Encantado, Jezabel —Me besó y abrazó cariñosamente.
—Igualmente, rey —añadí—. Gracias. Ha sido un placer, y de verdad. —Sonreí.
Volví a sentirme respetada una vez más. Había sido sexo, sí, solo sexo, pero para él no fui un simple trozo de carne. Su despedida demostró que era un auténtico caballero, y si me lee ahora, espero que le vaya todo bien, y que sea muy feliz.
6
Mientras subía las escaleras de la grada veía a Iris intentando montarse encima de su hermana Lily; Luna saltaba gritando. Me detuve para mirar en derredor. No veía a Trini por ninguna parte.
—¡Caballito, caballito! —gritaba Iris.
—Se ha caído dos veces, mami —me dijo Luna.
—Estate quieta, Iris —intervine—. Vais a haceros daño.
—¡Hala, mamá, la camiseta del portero! —gritó Lilian.
—Sí, cariño, es para Trini. ¿Dónde está? —Las niñas negaron con la cabeza. Volví a mirar en todas las direcciones posibles, pero no la veía. El público abandonaba la grada, y prácticamente no quedábamos más que nosotras y cuatro o cinco personas más—. Estará en el servicio... ¿Te ha dicho si iba al baño, cariño? —le pregunté a Luna.
—¡Caballito, caballito! —gritó Iris.
—¡Que te estés quieta, Iris! —grité. La separé de su hermana y la agarré de la mano.
—No ha dicho nada, mami —me explicó Luna—. Se fue.
—¿Cómo va a marcharse y dejaros aquí solas? No puede ser. A ver si le ha ocurrido algo.
Saqué el móvil y marqué su número. Daba tono pero no cogía.
—Luego en casita jugamos al caballito —Escuché susurrar a Lily.
Llevaba como seis tonos, pero Trini no cogía. Al séptimo u octavo lo cogió.
—¡Trini! Tía, ¿dón...?
—No puedo hablar, Jeza —me interrumpió—. Ya hablaremos.
Colgó.
Debí de quedarme con cara de estúpida, pensativa. No entendía nada.
—¿Está en el baño, mami? —me preguntó Luna—. ¿Mami?
—¿Eh? —respondí aturdida—. Ah, no, no, cariño. Ha tenido que irse, así que vámonos para casa.
Era incapaz de comprenderlo. Se fue, y en la llamada parecía completamente tranquila, sin sobresalto. No había ocurrido nada urgente, pero dejó a las niñas solas.
—Luego te toca a ti ser el caballito —le dijo Lilian a Iris camino de la parada de autobús.
7
Unos días después, y tras varios intentos sin lograr hablar con Trini, conseguí contactar con ella.
—¿Puedo saber qué te pasa? —le pregunté, sin anestesia. Había dejado solas a mis hijas cuando fui a pedir la camiseta que debería haber pedido ella. No tenía el coño para fiestas.
—Mira, Jezabel, déjalo —respondió.
—¡Que deje el qué! ¿Qué tengo que dejar? —Seguía sin entender nada—. ¡No entiendo!
—Que... —Hizo una pausa—, que no... No quiero continuar con nuestra amistad. —Mi cara debió relajarse, cambiar de tensa a un rostro abatido. Sentí un dolor punzante en el pecho—. Los del grupo y yo estamos cansados de ti. Lo siento.
Colgó.
Sé que mis ojos empezaron a llenarse de lágrimas puesto que veía los números del teléfono por triplicado. No me lo esperaba, desde luego que no. Estaba dolida, pero al mismo tiempo en una nube ajena al mundo real. Necesitaba que me pellizcaran para regresar.
—¡Mami, mami! —gritó Lily—. V3 se ha hecho caca en la cocina.
—Vo... voy —respondí en dos tiempos, con la vista perdida—. Voy, cariño. Ya voy.
Me enjugué las lágrimas. En la mesa del salón, dentro de una bolsa, la camiseta de R.R esperaba ser objeto de reliquia en casa de Trini. Me la quedé yo. Tengo su camiseta y un recuerdo aún mejor, ya que nueve meses después de tener sexo con él nació Alejandra, mi séptima hija. Su padre no volvió a jugar nunca más como portero. Hizo la sustitución ese día, y hasta ahí. Desapareció (se lo tragó la tierra) pero mi hija está aquí, presente. Vino al mundo en una temporada muy oscura para mí (demasiado). Ataques de pánico, ansiedad desmedida, abuso de fármacos como única ayuda dentro de un pozo sin superficie para intentar boquear... No dejaba de tener veinte años, y cuando parecía que todo estaba bien, que me recuperaba y por fin vivía, ¡zas! Otro golpe. El último el de Trini, dolor que hoy en día perdura cada vez que lo recuerdo...
Cuando nació Alex seguía siendo una niña, una igual que las siete que tenía hasta el momento. Con esto no quiero decir que ella sea mi preferida o de la que más me acuerde, ni mucho menos. Ya te comenté, y seguiré haciéndolo, que todas mis hijas son importantes por igual (si eres madre o padre lo entenderás perfectamente), solo que ella nació en un momento muy delicado. Estaba mal pero tenía siete responsabilidades a mi cargo bajo un San Benito de "Mala Madre".
Alejandra no fue buena estudiante, la verdad. Sacó la E. S. O, y con mucho esfuerzo. El último año me vi en la obligación de contratar a una profesora para que viniera a casa y le diera clases particulares.
Funcionó.
Estaba más pendiente del deporte que de los estudios. Llevaba razón puesto que siguió lo que le decía su interior, el camino recto del que he hablado hace unos instantes. Apostó, se la jugó y ganó; sí, pero una adolescente nunca debe abandonar los estudios, y menos cometer los errores que cometí yo. Organizándose bien hay tiempo para todo.
Alex es —nada más y nada menos (redoble)— ¡la portera del F. C Barcelona femenino!, y tiene mucho mérito no solo por ganarse el puesto, sino por su lucha constante para hacerse un hueco en el deporte siendo mujer. De pequeña tenía que jugar con los niños porque no existía fútbol de chicas. Compartía equipo con ellos, y hasta vestuario en según qué ocasiones, y eso no podía ser. Gracias a Dios, hoy en día eso ya no ocurre. Juega con chicas, está contentísima y yo muy orgullosa de ella (aunque no haya estudiado más).
Te quiero infinito, cariño.
Su sueño es defender la portería de la Selección española de fútbol femenino. Conociéndola como la conozco, estoy segura de que lo conseguirá.
Dedicado con cariño a las jugadoras del F.C. Barcelona femenino.
Jezabel Losada






No hay comentarios:
Publicar un comentario