Me quedé embarazada por primera vez con solo trece años.
¡¡Trece años, Jezabel!! ¿Dónde tenías la cabeza?
La tuve entre las piernas de muchos (en las del padre de Luna no me dio tiempo), ya que a esa edad, era lo mejor que sabía hacer y por lo que me conocía todo el barrio. Dieron fe de ello con una buena pintada en medio de la plaza:
«La hija de la Encarna la come que da gusto (y gustillo)».
Ahora, veintiséis años después, y tras un par de intentos de mis padres por borrarlo a escondidas —les cayó una buena multa cuando los agentes pillaron a mi madre pintando encima del escrito— todavía puede leerse, aunque bajo capas de grafitis y dibujos de pollas morcillonas que alguno o alguna añadió para desternillarse a gusto (o con gustillo puesto que se reía de mí).
Con trece años no me afectaba, de hecho, me hacía hasta gracia. El estar más tiempo de rodillas y con las piernas abiertas que sentada o de pie me excitaba sobremanera. Pasaba la mayor parte del tiempo fumada y alcoholizada, pero como dijo Michael Ende en La historia interminable, eso es otra historia, y deberá ser contada en otra ocasión…
(Te lo contaré, paciencia).
Soy la pequeña de tres hermanos: un chico y dos chicas, por ese orden. Ellos modélicos y yo la oveja descarriada. Mi madre decía que más bien vaca, y no por gorda puesto que mi cara y mi cuerpo eran y son los causantes de tanto alboroto, sino porque según ella, los toretes sementales me tocaban las ubres antes y después de una buena corrida (sí, mi madre y las peleas con ella también son dignas de contar en otra ocasión).
Mi cabeza recuerda un caluroso amanecer de verano mientras escribo para ti. Como bien te he dicho al principio, solo tenía trece años. Los había cumplido dos o tres meses antes. El barrio donde vivía y me crie, a las afueras de la ciudad, era un punto perdido entre el tanatorio y el cementerio (casi nada, ¿eh?), y quizá tenga mucho que ver con mi afición por las pelis de terror. A pesar de que durante todo el año me fumaba las clases, y de forma literal, aprovechaba los tres meses de vacaciones para dormir de día y vivir de noche. En una de estas últimas, la que acaba de venir a mi memoria, me habría fumado un par de porros y por mi estómago y vejiga navegarían varios litros de cerveza. El botellón en el barrio y en esa época no era botellón, simplemente “era”, sin más. Podías beber, fumar, drogarte y follar todo lo que quisieras que nunca ocurría nada. Conocíamos a la poli de dos veces, y una de ellas por la multa que se llevaron mis padres…
Iba a decirte lo que vestía, pero no llevaba casi nada puesto porque tenía mucho calor y estaba muy caliente. Mis senos desnudos temblaban como flanes de gelatina, solo que en este caso, después de que me los hubieran comido, no antes. Sé que caminaba medio desnuda, probablemente tambaleándome más que acertando a dar un paso, descalza, empinando el codo y la polla de los que me acompañaban en el descampado. No eran mis amigos, solo chicos del barrio con los que tenía sexo a cambio de droga. Eso era todo.
Como si fuera una vampiresa que corre a refugiarse de los rayos del sol, salí como pude del descampado en dirección a mi casa. Habría como diez minutos caminando, pero en mi estado, tardaría tres cuartos de hora (mínimo). Era domingo, y lo sé con certeza porque frente a mí, como ayuda u obstáculo, se detuvo una furgoneta blanca donde podía leerse: «REPOSTERÍA GÓMEZ. CONTIGO DESDE 1890». En aquel momento mis ojos veían las letras por triplicado, pero sabía de memoria lo que decía porque veía y escuchaba a ese vehículo todos los fines de semana. Se trataba de Teodoro hijo, un chaval de veinte años que ayudaba a su padre con los desayunos del barrio. En este, en vez de repartirse comida a domicilio se repartían bollos para desayunar (maravilloso).
—¡Chica! —Aunque estuviera borracha y fumada me acuerdo perfectamente de que su saludo fue un “¡Chica!” pese a saber de sobra cómo me llamaba porque me conocía de años. Creo que le presté poca o ninguna atención, por ello bajó de la furgoneta y se acercó. Teniendo la vista tan obnubilada no puedo garantizarlo todo porque mentiría, pero recuerdo que, una vez delante de mí, el tío se relamía como si ante sus ojos tuviera un delicioso bollo de los que hacía su padre: caliente, blandito y que se deja comer—. Joder… —masculló. Sé que reí, y además, me viene a la mente que antes de sonreírle con malicia, bebí un trago de cerveza. Era de litro, pero debía de pesarme cinco. Le eché una mirada al bajo vientre. No me lo había tirado todavía porque de adolescente pasaba los veranos de campamento, no en el barrio; delante de mí, como tiritando de frío pero por excitación, parecía añorar dichas acampadas puesto que le vi una curiosa tienda de campaña en su pantalón. Se le formó una protuberancia palpitante que parecía protestar igual que un corazón golpeando la caja torácica muy acelerado (taquicardia de polla, como lo llamaba yo en mis malos tiempos).
Cuando quise darme cuenta, tenía sus manos en mis senos y su cabeza entre medias de estos. Me tiró al suelo mientras jugaba con ellos como un loco, como si nunca hubiera visto o tocado ninguno y en su ansia por acariciarlos y comerlos desatara la locura. Parecía que fueran a quitárselos cuando no me resistía, por el contrario, me entregaba toda a él.
Un polvo más, no pasa nada, me dije.
Pero sí pasó, sí. El alocado repostero me dejó la crema de su abisinio dentro del coño en décimas de segundo, ¡juro que no me enteré! Solo recuerdo verlo temblar encima de mí como si en vez de placer sintiera una severa descarga eléctrica recorriendo todo su cuerpo; y gritaba, lo hacía como un animal. Según las letras de la furgo, presumía de llevar casi un siglo con a saber quién, y luego no duraba más que treinta segundos… (igual el triunfador era su padre).
Los chicos del descampado reían entre vítores y aplausos.
Nueve meses después nació Luna, mi primera hija, fruto de un polvo más del que no pasaría nada y mira si pasó; y lo llamo polvo por llamarlo de alguna forma, ya que ni siquiera “rapidín” es real, sino más bien “visto y no visto”.
Llamé Luna a mi primogénita porque la noche que nació hubo un eclipse de esta, pero en verdad, su personalidad no tiene nada que ver con la oscuridad donde reina la diosa que lleva por nombre. Es como un corazón andante (¿qué puedo decir siendo su mamá?). Desde pequeña fue una niña dulce y bondadosa, y lo sigue siendo, pero de la misma forma que no cambia lo positivo, tampoco lo hace con lo “menos positivo”, por decirlo así. Es una mujercita bastante reservada. Se desvive por todas y cada una de sus hermanas, siempre atenta en todo momento para echarles una mano y ayudarlas con lo que necesiten (y a mí también); no obstante, como he comentado hace un momento, no le gusta hablar de sus cosas, y aunque al principio me tocaba sacarle información con sacacorchos, lo dejé estar. Mi experiencia como “mala madre”, según me llaman por ahí, dice que cuanta menos presión, mejor. De todas formas, una madre se da cuenta de todo, aunque haga la vista gorda (¿cierto, chicas?).
Luna es lesbiana, y lo sé desde que inició la adolescencia (incluso un poco antes), y aunque aparenta felicidad a ojos del mundo, no es del todo feliz, y no porque no se sienta querida (no, ni mucho menos), sus hermanas, su chica y yo la amamos con locura, sino porque se ve como la pieza de un puzle donde no existe hueco. Se llama «Síndrome del siglo XXI», donde lo políticamente correcto y el gilipollismo crónico presiden los tiempos que corren sin justificación ninguna, pero es la época que toca vivir, y por mucho que se modifiquen leyes, si la mente no se abre es imposible evolucionar...
Su padre (Teodoro Hijo el Breve) no volvió ni un solo domingo más, y no sé si por mí o porque las carcajadas de los chicos lo traumatizaron, el caso es que desapareció, pero mi hija está presente.
Siempre.
Acaba de terminar psicología. Ser la hermana mayor y haber ejercido como ello desde niña ha tenido mucha influencia en sus estudios, incluso todo lo que la pobre ha vivido por mi culpa.
Perdóname por no haber sabido estar a la altura como madre, cariño. Sabes que te amo.
Ayudar es su sino, su verdadera vocación, por ello, estoy segura de que será una grandísima psicóloga y ayudará a un montón de personas, que buena falta hace (y más que nunca).
Dedicado con cariño a todas las lesbianas del mundo.
Jezabel Losada.









¡Muy buenas, Jezabel! Estupendo primer capítulo sobre tus hijas, en este caso la psicóloga Luna. Muy entretenido, muy divertido, y además desprejuiciado, como debe ser. Está escrito con mucha fluidez y talento, y auguro que los demás van a seguir enganchando a los lectores. ¡Felicidades! Es una estupenda noticia que hayas abierto este blog que tanta gente va a leer. ¡Un fuerte abrazo!
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias, Jorge! Me alegra un montón que estés por aquí, que lo hayas leído y que te haya gustado. Son muchas hijas, con sus risas y su tragedia. Me entretiene y espero entretener a todos. Otro abrazo grande para ti 💋
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